2016-02-01

PÁJAROS


Historias del jardín.





Ilustración digital 

¡Palomas, símbolo de la Paz!

Pollos de urraca desgarbados y fanfarrones con el plumaje aún incompleto, vocingleros y engominados. Forman en la copa de los pinos un coro ruidoso de matones de barrio que incordia al resto de los habitantes del jardín.

La pareja de ardillas, cuando se sienten solas, juega al escondite con los pinos, rápidas bajan al suelo y por la espalda de los troncos suben y se lanzan ligeras tratando de alcanzarse una a otra con estudiada sorpresa, repiten cambiando de tronco y felices descienden luego desde lo alto del más grande girando alrededor en espiral como los indios peruanos del tobillo amarrado trabando rítmicamente las garras de las manos en las estrías de la corteza, con el cuerpo en bandolera y cola desplegada al aire, pero ahora la hembra desconfiando de los pajarracos, veloz e inquieta, se quita de en medio subiendo fugaz y silenciosa por el tronco del abeto hasta su ápice. Allí donde la geometría de las ramas es más apretada e inexpugnable tiene su nido. La tortuga mordedora es capaz de pasar días inmóvil en el espeso fondo verdinegro del estanque a la espera... Cuando muerde no suelta. Las ardillas ágiles y ligeras de peso, en una hora se mueven más que la tortuga en toda su vida de ciclo lento. 

Una tórtola viajera, recién llegada, se posa en una rama y los córvidos adolescentes forman corro a su alrededor. Uno a uno se turnan para posarse a su lado, le dicen alguna inconveniencia, revolotean por encima de ella para acosarla por el otro costado y se suceden todos con la misma arrogancia insolente. Ella aguanta muy digna y si se acercan más de la cuenta les hace frente con el pico abierto, las plumas del cuello erizadas y los matoncitos se achantan y retorceden. Pasado un rato cansada del alboroto sigue su periplo. Quedan solos orgullosos de su prepotencia  haciendo muecas y remedando las acometidas de la tórtola. 

Pronto se les termina la fiesta, los echan las palomas, que presenciaron el bochorno sin intervenir ni inmutarse, y los muy gárrulos se marchan rápidamente sin rechistar. Las palomas obesas pacíficamente se adueñan del escenario, comadres aburridas y adormiladas, vienen para quedarse, con ellas no valen triquiñuelas de gamberros. Posan sus reales y se consideran dueñas del lugar. Son hembras casi todas, matronas y pichoncitas jóvenes ya en sazón, con algún que otro pretendiente imberbe, confundido amanerado e inofensivo. Forman una tertulia monocorde, comentando insulsos asuntos de familia. No quisieron compartir con una tórtola viajera, prima cercana, su sombra y su tertulia: a saber, la harpía ésta...
Como el tiempo les sobra, prefirieron que los gamberros la abochornaran y terminase marchándose: la entrometida ésta, que se habrá creído...

Los palomos hacen vida aparte, tienen su casino en la encina vieja donde se aburren juntos jóvenes y viejos. Llevan una vida fácil, apegados al sedentarismo y al sesteo. Se pasan la tarde jugando a los chinos, engurruñiendo sus patitas rojas de cuatro dedos, apostándose, ilusos, sus volubles amantes.

Unas y otros se comieron durante el invierno las bellotas sanas y las suculentas larvas de las agusanadas. Cuando brota la glicinia trepadora, de madera retorcida y fibrosa, se atiborran de flores encoloniadas. Compiten prepotentes con mirlos y estorninos beneficiándose de las lombrices de tierra. Picotean albaricoques, manzanas y peras, no dejan un solo higo y en el otoño desprecian los membrillos que consideran demasiado humildes y duros de roer porque disponen de moras, bayas de Pyracantha, endrinas y acerolas en abundancia.

Se remojan la entrepierna, desvergonzadas, tranquilamente, en el Benarés de los peldaños del estanque y compensan "generosamente" la prodigalidad en frutos de la naturaleza con  toneladas de fértil y sucio estiércol. Alguna damisela aún esbelta luce su palmito y se refresca exhibiéndose presumida, batiendo las alas, sacando pecho y salpicándose gotas que, por un instante, paradas en el aire denso de la tarde, toman prestado el brillo del sol olvidando su color verde agua. Provocando la envidia de las viejas comadres entradas en años y carnes, temblorosas, sudorosas y asfixiadas bajo refajos de plumas, incapaces de emularla, porque se irían torpemente a pique. La ilusa bañista no sabe que cualquier día un picotazo descomunal la arrastrará al fondo y unas pocas plumas flotando será todo lo que quede ella después del sobresalto, alguna vieja comadre saliendo rápidamente del agua pensará sin verbalizarlo: le está bien empleado, por presumida. 

Sobrealimentadas dejan pasar el tiempo lento aburriéndose profundamente, no disfrutan, simplemente son, están, y se aburren. Viven sin horizonte, pesadas y redondas, de vuelo corto lento y estrepitoso crujiendo las alas con esfuerzo inusitado. Eligieron la paz suburbana, con la oferta superflua de jardines de inútil feracidad.  Encarnan la paz de estómago, la paz de los satisfechos. No luchan por la vida, simplemente comen y descansan, disponen de todos los recursos, su solidaridad termina en su ano. Viven en paz. Nada perturba su vida consagrada de símbolos vivientes de la Santa Paz y del Espíritu Santo a quien podría representar más honorablemente la tórtola viajera monógama hacendosa, digna y recatada..., pretendida victima infeliz de los soeces pollos de urraca.

Las urracas adultas son oportunistas y descaradas, arman mucho escándalo siempre protestando. Compensan su frustración acaparando con avaricia joyas brillantes o pedacitos de vidrio de colores  y papeles de chocolatinas, para decorar sus nidos horteras, y  exhiben hábitos ceremoniales mágicos, mantos y sotanas negras con reflejo verde metálico grasiento, y albillas almidonadas de encajes de picos dentados, vestidas ritualmente para alharacas esotéricas y sectarias. Devoran sacrílegamente huevos y pollos de palomas “de la Paz” distraídas, o de su propia sangre o estirpe. Son ignominia disfrazada de litúrgicos derechos, andares ostentosos y costumbres bárbaras, crueles, legendarias... Mienten estrepitosamente cacareando repetidamente sus embustes sabiendo que repetidos se hacen verdad mediática, son ángeles caídos, mitad negros mitad blancos. Omnívoras, llevan millones de años sin cambiar de vida, cacareando y protestando con mucho éxito. Encarnan la desfachatez y la ignominia. Honorables ladronas y asesinas desalmadas, voraces, siempre políticamente correctas.


Texto de F. Andeyro


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